Por: Rafael González Guzmán
Ahora que comenzamos un año nuevo, qué mejor oportunidad nos da Dios para reflexionar sobre este tema de la vocación, que en los últimos años ha sido degradado en su totalidad.
Es un hecho que Dios en su plan maravilloso, nos ha puesto en este mundo muy concreto y nos ha dado una serie de dones para desarrollar una misión muy particular y especial. Cada hombre y mujer al ser concebido, lleva innato, un sentido de la vocación, que lo hace orientar todas sus capacidades y potencias para llevar a la plenitud su vida.
Algunos estudiosos de estos temas, dicen que hay tres vocaciones, sin embargo, todavía no ha habido un consenso. Yo me limitaré a describir brevemente los caminos que Dios le traza al hombre en la vida.
Como está claro la primera vocación es a la existencia. Dios nos llama, con un aliento divino al ser, con todo lo que ello implica. Es como una guitarra, tiene seis cuerdas, cada una con una función muy particular, y cada una forma parte del todo de la guitarra. Nos podríamos quedar en la forma externa la compone, como es verla bien lucida, brillante y pintada. Pero Dios no solamente nos dio un ser somático y terrenal sino que nos dio una dimensión espiritual y trascendente. De la misma manera la guitarra no sirve para que solamente «esté», sino para que produzca sonidos y melodías. La vocación que Dios pone en un ser, en este caso el hombre, es un conjunto de cuerdas que dependiendo del llamado (plan divino) darán una melodía concreta.
Es un tema difícil de explicar, y por consiguiente, también es complicado de entender. ¿Cómo podremos saber cuál es la vocación a la que Dios nos ha llamado? No hay un seguridad absoluta, yo creo que lo sabremos hasta que Él mismo nos lo corrobore un día ante su presencia; es más bien, una aventura, que comparta un gran riesgo. Sin embargo, una de las claves para discernir este camino es el amor.
El enamoramiento que se presenta en nuestra vida hacia otra persona, hacia un cierto tipo de oficio, hacia la entrega a los demás, denota una inclinación natural y podría ser que ahí se presente una posible vocación. En la vida de la Iglesia tenemos la vocación al matrimonio, a la vida consagrada o sacerdotal y a la soltería.
No podemos decir cuál es mejor o cuál peor, lo único es que tenemos que ser instrumentos (guitarras) dóciles para dejar a Dios tocar la melodía que Él quiera. Cada una diferente, única, pero hermosa. ¡Vale la pena preguntárselo a Dios!
Es un hecho que Dios en su plan maravilloso, nos ha puesto en este mundo muy concreto y nos ha dado una serie de dones para desarrollar una misión muy particular y especial. Cada hombre y mujer al ser concebido, lleva innato, un sentido de la vocación, que lo hace orientar todas sus capacidades y potencias para llevar a la plenitud su vida.
Algunos estudiosos de estos temas, dicen que hay tres vocaciones, sin embargo, todavía no ha habido un consenso. Yo me limitaré a describir brevemente los caminos que Dios le traza al hombre en la vida.
Como está claro la primera vocación es a la existencia. Dios nos llama, con un aliento divino al ser, con todo lo que ello implica. Es como una guitarra, tiene seis cuerdas, cada una con una función muy particular, y cada una forma parte del todo de la guitarra. Nos podríamos quedar en la forma externa la compone, como es verla bien lucida, brillante y pintada. Pero Dios no solamente nos dio un ser somático y terrenal sino que nos dio una dimensión espiritual y trascendente. De la misma manera la guitarra no sirve para que solamente «esté», sino para que produzca sonidos y melodías. La vocación que Dios pone en un ser, en este caso el hombre, es un conjunto de cuerdas que dependiendo del llamado (plan divino) darán una melodía concreta.
Es un tema difícil de explicar, y por consiguiente, también es complicado de entender. ¿Cómo podremos saber cuál es la vocación a la que Dios nos ha llamado? No hay un seguridad absoluta, yo creo que lo sabremos hasta que Él mismo nos lo corrobore un día ante su presencia; es más bien, una aventura, que comparta un gran riesgo. Sin embargo, una de las claves para discernir este camino es el amor.
El enamoramiento que se presenta en nuestra vida hacia otra persona, hacia un cierto tipo de oficio, hacia la entrega a los demás, denota una inclinación natural y podría ser que ahí se presente una posible vocación. En la vida de la Iglesia tenemos la vocación al matrimonio, a la vida consagrada o sacerdotal y a la soltería.
No podemos decir cuál es mejor o cuál peor, lo único es que tenemos que ser instrumentos (guitarras) dóciles para dejar a Dios tocar la melodía que Él quiera. Cada una diferente, única, pero hermosa. ¡Vale la pena preguntárselo a Dios!
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